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Personajes

Dios te haga humilde

Dios te haga humilde

 

Del Libro Almanaque Escuela Para Todos 2003

Santo Hermano Pedro Betancur. Fue canonizado el año pasado, pero desde hace más de 300 años se le conoce como el Santo de Guatemala.

 

En el Libro Almanaque de 1987 contamos la historia del Hermano Pedro Betancur, fundador de la Orden Bethlemita. También contamos que poco antes de morir, nombró a Rodrigo Arias Maldonado como su sucesor.

Rodrigo Arias Maldonado nació es España en el año 1637. Era de familia acomodada y distinguida. Su padre fue nombrado gobernador de la provincia de Costa Rica y el joven Rodrigo, ansioso de aventuras, decidió acompañarlo. Fue así como llegó a Cartago, que era la cabecera de la provincia, en 1659. Tres años después su padre murió y Rodrigo fue nombrado gobernador interino. Estaba por cumplir los 24 años. Era un joven apuesto, elegante y amigo de las diversiones, pero de trato sencillo y amable.

Durante muchos años los españoles soñaron con la conquista de Talamanca, creyendo que allí encontrarían muchas riquezas.

Poco después de su nombramiento, Rodrigo emprendió la conquista de Talamanca. Ya desde hacía muchos años se habían hecho expediciones a ese territorio. Pero los indios se negaban a reconocer la autoridad de los españoles y quemaban los pueblos que ellos fundaban. Con buenas maneras, Rodrigo logró fundar una nueva colonia sin disparar un solo tiro. Todo iba muy bien, hasta que algunas tribus se sublevaron. Al año siguiente regresó a Talamanca. Esta vez sus propios hombres lo traicionaron y lo dejaron solo en media selva. Pero los indios, que lo apreciaban por su bondad, lo llevaron sano y salvo al pueblo de españoles más cercano.

A su regreso a Cartago, Rodrigo tuvo que hacer frente a las intrigas y envidias de sus compañeros. Y desilusionado al no haber conseguido que el rey lo confirmara en el cargo de gobernador, se fue para Guatemala. Pronto se ganó la simpatía y admiración de todos. Su galantería, su fama de conquistador y aventurero, lo hicieron el favorito de las damas.

Una noche, al regresar de una fiesta, a Rodrigo le llamó la atención el sonido de una campanilla. Era el Hermano Pedro, que recorría las calles y en cada esquina recitaba: “Acordaos hermanos que un alma tenemos, y si la perdemos no la recobramos”. Luego se enteró de que en una humilde casa el Hermano Pedro había instalado un hospital, al que le dio el nombre de Belén y se convirtió en refugio de todos los necesitados.

En esta humilde casa comenzó su vida de religioso Fray Rodrigo de la Cruz.

Cada vez que veía al Hermano Pedro, Rodrigo sentía una extraña emoción, algo que no podía explicar. No sabía que desde antes de su llegada a Guatemala, el Hermano Pedro le había dicho a una señora: “Un caballero viene, en quien tengo fundadas mis esperanzas”. En otra ocasión, al morir uno de los Hermanos del Hospital de Belén llamado Rodrigo de Tovar, el Hermano Pedro exclamó: “El Altísimo llamó para sí al Hermano Rodrigo, mas ya tiene preparado otro Rodrigo que ha de ser columna de Belén”. En sus andanzas en Guatemala, Rodrigo se enamoró de una distinguida dama casada. Y cuentan que una noche, el Hermano Pedro lo salvó de una delicada situación que comprometía el honor de los dos enamorados. Esa noche Rodrigo no pudo dormir. Meditando en lo que había sido su vida, tan llena de vanidades, se sentía avergonzado. Y sintió que un nuevo camino se abría ante él. A la mañana siguiente fue a buscar al Hermano Pedro y le pidió que lo aceptara en el convento. El Hermano Pedro le dijo: “Hermano Rodrigo, la paz del Señor sea contigo, esta es tu casa y desde hoy te llamarás Fray Rodrigo de la Cruz”. Pero aún lo hizo pasar muchas pruebas para asegurarse de que su vocación era firme y sincera. Fray Rodrigo las aceptó todas con gran humildad. Por un sencillo hábito cambió sus ropas ele- gantes. Por la pobre casa de Belén, cambió los lujosos salones que frecuentaba. Y aquel hombre que había vivido rodeado de sirvientes, se convirtió en el servidor de los más humildes.

Hacía dos meses que Fray Rodrigo vestía el hábito cuando le comunicaron que el rey le había dado el título de Marqués de Talamanca, en reconocimiento a los servicios que le había prestado. Él respondió que agradecía esa distinción, pero que no la aceptaba porque había hallado más alto Señor a quien servir. Un mes después el Hermano Pedro cayó en cama y poco antes de morir, nombró a Fray Rodrigo de la Cruz como su sucesor.

Cumpliendo con los deseos del Hermano Pedro, Fray Rodrigo redactó los estatutos o normas de la Orden Bethlemita y realizó las gestiones para que esta nueva congregación fuera aprobada por el Vaticano. Para lograrlo tuvo que hacer largos y penosos viajes a España y Roma, en los que sufrió muchas contrariedades y sinsabores, sin desmayar nunca. También trabajó con gran empeño en la terminación del nuevo Hospital de Belén, fundó la casa para los bethlemitas, la iglesia de Nuestra Señora de Belén, la rama femenina de la Orden para la asistencia de mujeres enfermas, y la casa para las Hermanas de Belén.

Este retrato de Fray Rodrigo de la Cruz fue pintado por un artista guatemalteco. Hoy día se conserva en la Dirección General del Archivo Nacional de Costa Rica.

Pronto, aquella semilla de amor sembrada por el Hermano Pedro y continuada por Fray Rodrigo de la Cruz germinó también en otros países. Primero en Perú y luego en México, donde los Hermanos Bethlemitas fundaron varios hospitales. Fray Rodrigo tuvo que hacer frecuentes viajes a esos países. Y fue precisamente en México donde falleció en 1716, a la edad de 79 años. En su vida de religioso, Fray Rodrigo supo practicar la verdadera caridad cristiana, que no conoce límites. Cuando visitaba los hospitales, su sola presencia consolaba a los enfermos. En una ocasión se acercó a un hombre leproso que había sido aislado por temor al contagio. Fray Rodrigo lo abrazó por largo rato y cuentan testigos que presenciaron la escena, que el enfermo quedó curado. Un día, algunos de los religiosos le pidieron que en los hospitales se atendiera a los enfermos de acuerdo con su posición social. Él les respondió: “Hermanos míos, yo no miro personas ni calidades sino almas, para mí lo mismo es el más alto y poderoso que el más humilde y abatido; lo mismo es el caballero y señor que el esclavo; lo mismo el blanco que el negro, porque las almas todas son una”.

Durante 50 años Fray Rodrigo de la Cruz fue un servidor de Dios en los pobres y los enfermos. Se cumplieron así las palabras del Hermano Pedro, quien en su lecho de muerte, sabiendo las duras pruebas que esperaban a Fray Rodrigo, le dio la bendición y le dijo: “Dios te haga humilde”.


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