El gran Mercado de Tlatelolco
Del Libro Almanaque Escuela Para Todos 2015
En este mercado los agricultores acostumbran salir una vez por semana a la ciudad para vender sus productos.
Los mercados nacieron hace muchísimos años en el mundo entero, cuando a algunas personas les sobraron alimentos y otros productos y a otras, más bien, les hacían falta.
Poco a poco se fueron convirtiendo en un lugar de reunión donde las personas se encontraban, no solo para intercambiar sus mercancías, sino para conversar con los demás. Por eso es que los mercados también son lugares donde las personas, las familias y los grupos que vienen del campo a la ciudad, pueden compartir sus costumbres y experiencias. Ir al mercado nos da la posibilidad de intercambiar con otras personas, desde la conversación con el vendedor, tratando de conseguir un producto a un precio justo, hasta la consulta con otros visitantes para saber del uso de los condimentos o aprender una nueva receta. Más que un simple lugar de compra y venta, es donde renovamos y compartimos partes de la historia de nuestras comunidades y de las relaciones entre diferentes regiones.
Imagen representativa del mercado de Tlatelolco, Museo Nacional de Antropología de México.
Conforme los pueblos se fueron haciendo más grandes y se convirtieron en ciudades con casas, plazas y templos, las personas también se fueron organizando para que los mercados estuvieran en un lugar determinado. Ese fue el caso del gran Mercado de Tlatelolco, que quedaba al suroeste de Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca y que estaba situada en lo que es hoy la ciudad de México.
Gracias a los documentos escritos por los españoles que llegaron a nuestras tierras en aquella época, nos podemos enterar hoy de ese pasado indígena, de su vida y de las costumbres que tenían.
Según cuentan, cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan se maravillaron de todo lo que allí encontraron. La ciudad tenía unas 125 mil casas, donde vivían entre cuatro y diez personas en cada una. Además, tenía grandes plazas que quedaban frente a sus templos y toda la ciudad estaba en medio de hermosos árboles como cedros, cipreses y sauces. También estaba rodeada de flores y de algunos árboles frutales. Pero además, tenía un gran mercado. Tan grande era, que los españoles quedaron asombrados cuando lo conocieron y por eso escribieron mucho sobre él.
Según los estudios que se han hecho de esos escritos antiguos, el Mercado de Tlatelolco fue el más grande que existió en toda América cuando llegaron los españoles. Era tan inmenso, que se calcula que en un solo día acudían más de 60 mil personas de los pueblos vecinos para vender o intercambiar sus productos. Era al aire libre y en sus alrededores había unas grandes habitaciones que servían de bodegas y depósitos.
La palabra azteca para decir mercado era tiyantiztli, que en español significa “lugar de reunión”.
Ese mercado tenía hermosas y grandes plazas, donde cada mercadería tenía su sitio. Por un lado estaban los vendedores de animales como conejos, mapaches, armadillos, tejones y los perros de los antiguos indígenas; otros vendían pájaros con plumajes de gran colorido. En otra parte estaban los tejidos de algodón, las frutas, los cueros de animales, las verduras y el pescado. Y no podían faltar los puestos de comidas, donde se palmeaban tortillas que vendían con guisos de frijol y chile.
Pero también estaban los especialistas en plantas medicinales, los barberos que cortaban y lavaban el cabello. Y no podían faltar los vendedores de leña, miel de abeja, tinajas, cerámica y un sin fin de cosas más como pigmentos vegetales de distintos colores, pinceles y ropa de algodón hermosamente decorada con plumas, piel de conejo o cuentas de jade. Había también cargadores que se dedicaban a transportar las mercancías en sus espaldas, con el uso de cestas y sacos.
Aparte de la gran variedad de productos, otra de las cosas que más les llamó la atención a los españoles, era que el mercado tenía sus propios gobernantes, quienes además eran los jueces que cuidaban del buen funcionamiento del lugar. Bajo su mando estaban los guardianes del orden, que se distinguían por sus trajes y peinados, y eran los únicos que podían andar armados recorriendo todos los lugares del mercado para evitar desórdenes o malos tratos.
Como forma de pago existían el trueque o intercambio de productos o bien, los xiquipiles de cacao o las mantas de algodón. Los xiquipiles eran como una moneda que equivalía a 8 mil granos de cacao, cosa que extrañó mucho a los españoles que se referían a esa forma de pago como “dinero que crece en los árboles”.
Con el pasar del tiempo, las costumbres indígenas y españolas se fueron mezclando. Pero aún hoy en día, así como ha sucedido con el Mercado de Tlatelolco, los mercados en nuestras tierras siguen siendo ese punto de reunión, donde hay olores y colores, sabores y texturas diferentes.
Para muchas personas los mercados siguen siendo un lugar de encuentro.
Hoy en día los encontramos siempre en el mismo lugar. Pueden estar bajo techo o levantarse en algún lugar por horas o en ciertos días. En todos nuestros países existen los conocidos mercados centrales, que están bajo techo y están abiertos todos los días. Allí encontramos una gran variedad de comidas tradicionales y ventas de un sin fin de productos. Pero también están algunos que solo se dedican a vender productos artesanales, como el Mercado de Artesanías de Masaya, en Nicaragua, y el Mercado de Flores de Guatemala, donde se pueden comprar entre otras, crisantemos, gladiolas, aves del paraíso y lirios.
Por eso, cuando visitemos algún mercado, sintámonos orgullosos de nuestras costumbres. En ellos, los alimentos que buscamos y los condimentos que queremos, son una muestra de nuestra manera de ser y de nuestras raíces tradicionales.