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Cuentos / Leyendas

El mandamiento olvidado

By marzo 27, 2019enero 20th, 2020No Comments

El mandamiento olvidado

(Cuento)

 

Del Libro Almanaque Escuela Para Todos 2002


 

Vivió hace mucho tiempo una pobre anciana sola. Su esposo había muerto y la dejó sin un centavo. Tiempo atrás la señora había sido costurera. Pero ahora que había envejecido, sus manos temblaban y su vista era tan borrosa, que no podía enhebrar una aguja. La única ilusión de su vida eran sus tres hijos: Carlos, Emma y Enrique, el menor.

Los hijos se habían ido a vivir a la ciudad. Al principio la visitaban cada semana. Eran visitas rápidas. Carlos siempre andaba ocupado en sus negocios, a Emma no le gustaba dejar al esposo y a los niños solos y Enrique decía: “Es solo una vez a la semana, pero es tan difícil venir de visita en estos días”.

La anciana los esperaba siempre con un queque que ella misma preparaba. Esos momentos al lado de sus hijos le ayudaban a soportar sus días de soledad. Pero conforme fue pasando el tiempo, las visitas se fueron espaciando. Enrique y Emma comentaban que cada vez que llegaban a verla la encontraban más vieja y más débil. Carlos se disculpaba diciendo: “Es que estoy tan ocupado con mi propia vida… pero estoy seguro que mamá comprenderá”.

Meses más tarde, un día que llegaron a visitar a su madre, notaron que debajo de la mesa de la cocina había un baúl de madera muy pesado y cerrado con un viejo candado. Cuando le preguntaron qué había en el baúl, ella respondió: “Nada, queridos hijos, son solo unas pocas cosas que ahorré durante años”.

Los hijos supusieron que lo que su madre guardaba eran monedas de oro, ya que al mover el baúl sonaban como tal. Y al despedirse de su madre se alejaron comentando: “Papá y mamá fingieron ser pobres, pero estuvieron guardando dinero todos estos años”.

El ambicioso de Carlos dijo: “¿No creen que mamá está demasiado vieja para defenderse de los ladrones? Necesitamos cuidar ese tesoro o alguien se lo robará”.

Emma propuso que se turnaran para acompañar a la anciana y sus hermanos estuvieron de acuerdo. La primera semana Enrique se fue a vivir con su madre. Se encargó de cocinar, de atender a la señora y pasaron largas horas hablando de los viejos tiempos. La semana siguiente llegó Emma y luego fue el turno de Carlos. Y así se siguieron turnando, semana a semana, hasta que finalmente la anciana enfermó y murió.

Después del funeral, los tres hijos regresaron a la casa de su madre, ansiosos de abrir el baúl que los aguardaba debajo de la mesa de la cocina. Como no pudieron encontrar la llave del viejo candado lo rompieron y … ¡Qué sorpresa! El baúl estaba lleno de pedazos de cerámica. Encima había una carta dirigida a ellos. Con gran apuro la abrieron y leyeron:

“Queridos hijos, perdonen a una anciana preocupada y temerosa de que sus hijos la abandonaran. Mi buen amigo el carpintero me hizo el baúl de madera. Y su vecino el artesano me regaló los pedazos de cerámica de algunas piezas que se rompieron al hornearlas. Mi único tesoro han sido ustedes y tener su compañía en mis últimos días”.

Carlos se puso furioso, diciendo que era una broma muy cruel la que les había jugado su madre. Emma la defendió diciendo que la pobre tuvo que recurrir a ese truco, pues de lo contrario ellos la habrían abandonado. Entonces Enrique le preguntó: “¿Recuerdas el mandamiento que mamá nos enseñó cuando éramos niños, pero que después olvidamos? Emma rompió a llorar al recordarlo, mientras que el ambicioso de Carlos seguía buscando algo valioso dentro del baúl. Y lo encontró en una hoja de papel, donde estaba escrito el mandamiento que les enseñaron pero que habían olvidado:

“Honrarás a tu padre y a tu madre”.


Ver texto original del libro: