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Religión / Biblia

El Santuario del Libro

El Santuario del Libro
Historia de la Biblia
 

Del Libro Almanaque Escuela Para Todos 2006


Un pastor de estos tiempos en la tierra de los israelitas. La fe de Abraham que vivió allí hace unos 4 mil años es su herencia.

 

Sucedió hace unos 4 mil años. Abraham cruzaba a paso firme el llano polvoriento. Sus sandalias tostadas por el Sol. Su pelo encanecido y reseco por el viento. Paso a paso buscaba una respuesta. La buscaba todos los días apenas quedaba solo con sus pensamientos.

A cierta distancia vivían varios pueblos. Sus habitantes rendían culto a diversos dioses; al dios de la lluvia, a la diosa de la fertilidad, al dios del sueño y a muchos otros más. Pero para Abraham, eso no era consuelo. Su corazón atormentado buscaba la respuesta del único Creador. Tan grande fue el silencioso clamor de Abraham que finalmente Dios le habló. Una gran calma invadió su corazón: Dios lo escuchó.

El Monte Sinaí. Allí por donde pasó Moisés con su pueblo, hay ahora una carretera.

Y Dios le dijo a Abraham que con su gente abandonara esas tierras y que siguieran un rumbo que Él mismo les indicaría y así lo hizo Abraham. Y tuvo que sufrir las dificultades de cualquier hombre de su tiempo. Pero en su corazón ardía la alegría infinita de haber encontrado a su Señor. Llegó al punto de aceptar el sacrificio de la vida de su hijo Isaac si Dios así lo quería. Pero Dios no lo quiso. Dios quiso que se expresara la fe inquebrantable de Abraham para hacer brotar de esa fe un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo, más incontable que las arenas del mar. Y esa fue la promesa que Dios hizo a su siervo Abraham. Fue una alianza entre Dios y un hombre fiel.

Y el pueblo comenzó su caminar. Sufrieron penurias: sequías, hambres, guerras, esclavitudes y desavenencias entre los mismos de su pueblo. Pero nada los podía derrotar. Llevaban en su corazón la valentía inquebrantable de su fe. Eran un pueblo con su Dios.

Abraham murió colmado de años y fue a reunirse con sus antepasados. A causa de una gran sequía los nietos de Abraham tuvieron que emigrar a Egipto. Ahí se multiplicaron llegando a ser muy numerosos pero siempre considerados un pueblo esclavo de los egipcios, sufriendo grandes penurias y maltratos.

Después de 400 años de esclavitud nació Moisés. A él le tocó sacar al pueblo, descendiente de Abraham, de la esclavitud.

La salida de Egipto fue terriblemente penosa. Pero finalmente llegaron al desierto de Sinaí y avanzaron durante 40 años a través del enorme desierto rumbo hacia una tierra prometida a sus antepasados. Cuando iban por las faldas del Monte Sinaí, Moisés oyó el llamado de Dios y subió a escucharlo. Allí permaneció muchos días y recibió dos tablas de piedra en las que estaban grabados los mandamientos de la Ley de Dios.

Pero como pasaban los días y Moisés no regresaba, el pueblo dudó del amparo del Señor y decidieron hacer su propio dios. Derritieron todo el oro que llevaban en joyas y adornos y formaron con él un becerro. Lo pusieron en medio de las tiendas y lo adoraron.

Al regresar Moisés y ver al becerro, montó en cólera y quebró las tablas. Pero luego pidió a Dios que por la Alianza hecha con Abraham perdonara al pueblo. Y llevando dos piedras iguales a las destruidas, subió de nuevo al monte y volvió a recibir las palabras de la Ley. Esas piedras fueron colocadas en un cofre precioso, cubierto de oro, al que se le llamó el Arca de la Alianza. Y el pueblo siguió su rumbo sin apartarse ya ni un solo día del Arca.

Una de las tinajas en la que se encontraron Escrituras Sagradas. Ya el profeta Jeremías había dicho cómo guardar documentos valiosos: “mételas en una vasija de barro para que puedan conservarse mucho tiempo”.

A los primeros cinco libros de la Biblia, llamados el Pentateuco, se les llamó siempre los libros de Moisés. Se consideró que Dios había iluminado a Moisés para que analizara y comprendiera la creación de la humanidad y su historia. De esa humanidad que comenzó cuando Dios inspiró en el ser humano el conocimiento de lo Eterno y lo Divino. Ese conocimiento que prevalece en todos los pueblos del mundo y es prueba perfecta de que todos somos hijos del amor del mismo Padre.

Años después de Moisés vivió el rey David. Cuando eso ya el pueblo israelita se había establecido en la tierra prometida y en la ciudad de Jerusalén. Vinieron años de paz y tranquilidad. Tanto el rey David como su hijo el rey Salomón con sus sabios escribientes recopilaron, ordenaron y escribieron todo lo dicho por Moisés y por los profetas que vivieron hasta esos días. El mismo rey David compuso gran parte de los salmos y también la sabiduría del rey Salomón pasó a ser parte de las Sagradas Escrituras.

El rey Salomón mandó a construir un hermosísimo templo para el Arca de la Alianza. Y venerar ahí la palabra de Dios. Ahí se celebraban los cultos y se guardaban las Sagradas Escrituras.

Siglos después el templo fue destruido por tropas enemigas y se mantuvo muy deteriorado. Pero poco antes de que naciera Jesucristo, el rey Herodes lo reconstruyó con gran esplendor. Y siempre el Arca de la Alianza seguía presente en el templo. Ahí, en ese templo, discutió Jesús con los sacerdotes, cuando apenas tenía 12 años. Ahí estudió durante años el Antiguo Testamento o sea las Sagradas Escrituras. Y muchas veces en su vida recitó parte de las Escrituras y se las aclaraba a los sacerdotes y al pueblo.

En aquellos tiempos no había libros. Las Sagradas Escrituras estaban escritas en largas tiras de cuero o papiro que se guardaban enrolladas. Pero también en los pueblitos alejados de Jerusalén se cumplía con la lectura de las Sagradas Escrituras. Por eso se hicieron muchas copias escritas a mano con gran cuidado de no equivocar ni una palabra y en esos pequeños templos, llamados sinagogas, se reunía la gente a celebrar sus cultos.

Pedacito por pedacito se forman los escritos que tienen miles de años de haber sido escritos.

Cuando Jesús muere y resucita, el Espíritu Santo se derrama sobre los apóstoles y comienza una nueva comprensión de la palabra de Dios. Las Escrituras anunciaban la venida del Mesías, de un gran libertador y el pueblo se lo imaginaba como a un hombre poderoso que los iba a liberar del dominio de los romanos. Pero Jesús ofrecía la verdadera libertad por medio de la fe y del amor al Padre y al prójimo.

Pocos meses después de la resurrección de Jesús se le unen a los apóstoles unas 5 mil personas más que creen que Jesús es el Mesías que resucitó y que trajo la verdadera liberación. Son personas fieles a las Sagradas Escrituras. Fieles a Abraham, a Moisés y a los profetas. Su lugar de culto es el Templo Sagrado. Pero sienten que ahora se ha cumplido lo que a través de miles de años anunciaban las Escrituras. Había llegado la palabra de Dios en cuerpo y alma. Había llegado la Luz del mundo. Pero fue reconocida por pocos. Muchos consideraron a Jesús un hereje y por eso fue crucificado. Ahora la salvación tendría que avanzar por un camino, de largos siglos, llevada por las manos y las palabras de los creyentes y siempre atacadas por el espíritu de la contradicción.

Paso a paso el cristianismo se fue extendiendo, cumpliendo el mandamiento de Jesucristo: “Id por todo el mundo y predicad la buena nueva”.

Tal como Jesús lo predijo, 70 años después de su muerte el templo fue destruido nuevamente por los romanos. Luego, en medio de largas guerras y de años de exilio del pueblo israelita, el templo fue destruido varias veces. Fue profanada el Arca de Alianza y se perdieron sus Sagradas Escrituras ahí guardadas. Pero seguían existiendo las copias que se guardaban en las sinagogas de las comunidades pequeñas. Al tiempo Jerusalén fue ocupada por pueblos musulmanes que curiosamente también son fieles a la alianza de Abraham.

Los cristianos jamás se separaron de las Escrituras ni de la Alianza con Abraham, ni de las leyes de Moisés, ni de la sabiduría de los profetas. Comprendieron más bien que todo se había cumplido con la llegada del Mesías. Y que ahora estaban bajo la alianza nueva y eterna sellada con la sangre de Jesús.

Los rollos fueron encontrados en unas cuevas en un lugar que se llama Qumran.

Al principio la fe de los cristianos se expresó en cartas y escritos sueltos. Pero al cabo de unos 300 años se completó el Nuevo Testamento compuesto por los evangelios de Lucas, Marcos, Mateo y Juan y también por la historia de los Hechos de los primeros apóstoles y el Apocalipsis de San Juan. Y así los cristianos se fueron alejando poco a poco de la fe de los judíos que aún esperan la venida del Mesías.

Pero nadie puede predecir los caminos de Dios. En el año 1947 un pastorcito árabe cuidaba sus cabras en las cercanías del Mar Muerto. Una de sus cabritas se metió en una cueva entre las rocas. El pastorcito le lanzó una piedra para asustarla y la piedra pegó en algo que sonó como un traste de barro. Se acercó entonces y encontró una gran tinaja llena de rollos de escrituras. No sabía qué era aquello. Se las llevó a un mercader. Ese sí sospechó que podían ser valiosas porque se veían muy antiguas. Las logró vender y pasando de mano en mano por fin esos rollos fueron a dar a Nueva York. Allí alguien las estudió y vio que eran partes viejísimas de la Biblia. La noticia se corrió y en menos de 2 años el mundo se dio cuenta que se había descubierto un escondite de los escritos más antiguos de la Biblia. Cientos de estudiosos se dedicaron entonces a revisar las cuevas y con gran cuidado recogieron papel por papel, a veces tan pequeños como una caja de fósforos, y los fueron armando.

Santuario del Libro construido en Jerusalén.

La emoción del pueblo judío fue enorme. Algunos rollos fueron escritos cientos de años antes de que naciera Jesús. Ahí estaba la historia de su pueblo. De inmediato pensaron en construir un lugar muy especial para resguardar ese tesoro. Se construyó entonces un edificio en el gran Museo de Jerusalén. La foto enseña todo el museo.

En el centro se ve una cúpula blanca que representa la tapa de la gran tinaja de barro en la que se encontraban los rollos. Para entrar hasta ahí, hay que bajar unas escaleras que comienzan por fuera de la acera blanca de mármol y así llegar a la profundidad. Ahí están las Sagradas Escrituras seguras contra las bombas de los aviones y otros ataques. Frente a este edificio hay una pared negra que representa a los “hijos de la oscuridad” que siempre atacarán la palabra de Dios. Todo este edificio se llama el Santuario del Libro. Allí acuden creyentes judíos, cristianos y musulmanes. Grande es la emoción que los embarga al ver detrás de los vidrios aquellas letras desteñidas por el tiempo. Y sólo el Padre sabe cuándo todos sus hijos se podrán unir en una sola fidelidad.


En cierta ocasión Dios bendijo a Jacob, nieto de Abraham, y le cambió el nombre. Lo llamó Israel, que quiere decir “El que lucha con Dios” y desde entonces los descendientes de Jacob se llaman israelitas.

Ver texto original del libro:

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