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Ciencia / Tecnología

Epicentro de los temblores

By febrero 20, 2019enero 20th, 2020No Comments

Epicentro de los temblores

 

Del Libro Almanaque Escuela Para Todos 2001


 

 

Hace cientos de años la gente no entendía por qué temblaba. En la China muchos creían que en lo más profundo de la Tierra vivía un dragón, y que cuando éste se enojaba se movía violentamente y causaba los movimientos sísmicos.

Hoy sabemos que por dos siglos los científicos han venido estudiando los temblores. Comprobaron que la Tierra está formada en su interior por una masa espesa compuesta de materiales pesados como el hierro y las rocas fundidas a altas temperaturas.

Los volcanes son los respiradores por medio de los cuales la Tierra expulsa los vahos calientes que se le forman por dentro. Por encima está cubierta por una capa fría y quebradiza de rocas, arena y arcilla. Viene a ser como una cáscara que forma los continentes y el fondo de los océanos. Si atravesáramos la Tierra pasando por medio de esa masa espesa, recorreríamos 12.756 kilómetros. La cáscara sólo mide 70 kilómetros de profundidad en las partes más gruesas y cinco kilómetros en las más delgadas.

La corteza que envuelve a la Tierra está dividida en unos 20 bloques o placas. Estas flotan encima de la masa hirviente que se halla adentro y se mueven muy lentamente pero con enorme fuerza. Debido a estos movimientos los continentes se van separando a un promedio de dos metros y medio por año.

En un recorrido de 75 kilómetros las ondas primarias se adelantan unos 30 segundos a las secundarias.

Parte del fondo del Océano Pacífico está integrado por uno de estos bloques que se llama Placa de Cocos. El territorio de Centroamérica, junto con el fondo del Mar Caribe, forma otro bloque llamado Placa del Caribe. Ambas placas chocan debajo de las aguas del mar Pacífico cerca de las costas centroamericanas. Este encuentro resulta tan violento, que la placa del Caribe se está montando muy lentamente sobre la de Cocos. Y cada vez que una de estas dos avanza, chocan los bordes de ellas y producen temblores. Se les conoce como temblores de interplaca o choque de placas.

Cada uno de estos enormes bloques no es de una pieza compacta. Los bloques están formados por rocas resquebrajadas que tienen millares de grietas. La mayoría no las podemos ver porque se hallan cubiertas de tierra y llevan el nombre de fallas locales. Cuando se mueven las rocas por presiones acumuladas, hay un reacomodo de los materiales que las componen. Así se producen los temblores por fallas locales.

Cuando hay un temblor, muchos ponemos la radio para informarnos de lo ocurrido. Entonces oímos palabras como estas: fue un sismo de 4.5 grados en la escala de Richter. Se produjo por una falla local a una profundidad de 15 kilómetros. El epicentro se registró a tantos kilómetros al sur de tal o cual pueblo. Y el locutor cita el nombre del sitio.

¿Cómo hacen los especialistas para averiguar la profundidad del sismo, su fuerza y el lugar donde se produjo?

Nada de esto sería posible sin el desarrollo de los distintos instrumentos de medición que existen. En especial de los aparatos llamados sismógrafos que son colocados en diferentes partes del país. Cuando ocurre un temblor cada uno de estos aparatos mide su fuerza y envía los datos por medio de una antena a una central.

En la central hay unos cilindros cubiertos con un papel especial que registra la información enviada por los sismógrafos. Esto sucede por medio de una aguja móvil que hace contacto con el papel. Así van quedando marcados diferentes trazos relacionados con la fuerza del temblor.

Hoy estos instrumentos son tan sensibles que pueden detectar temblores de bajísima intensidad, los cuales a veces no los sienten las personas ni los animales.

La zona del interior de la Tierra donde se origina un temblor recibe el nombre de hipocentro o foco, y el lugar de la superficie donde primero se manifiesta y tiene más fuerza se llama epicentro.

Las vibraciones que causan los sismos se propagan en forma de ondas a través de los materiales rocosos de la corteza terrestre. Entre los distintos tipos de ondas que producen los sismos, las llamadas primarias y secundarias permiten a los sismólogos establecer con bastante exactitud el hipocentro o foco y el epicentro.

En estos aparatos o en computadoras se registra la información enviada por los sismógrafos.

Las ondas primarias se llaman así porque son más rápidas y llegan de primero a los sismógrafos. Estas ondas pueden viajar a velocidades de 6 a 8 kilómetros por segundo. Las secundarias son más lentas, con velocidades de 4 a 6 kilómetros por segundo. Por eso es que llegan un poco más tarde a los sismógrafos.

Esa diferencia de tiempo entre la llegada de las diferentes ondas, permite a los científicos calcular el lugar y la profundidad donde se inició el movimiento sísmico.

Cuantos más sean los sismógrafos que registran un movimiento sísmico, más exactos serán los cálculos sobre el lugar, la fuerza y la duración. Para hacer estos cálculos es necesario combinar la información recogida en por lo menos tres sismógrafos ubicados en diferentes lugares.

La potencia de los temblores y terremotos se mide utilizando la escala de Richter, que va de uno a 10 grados. Cuanto mayor es el número, más grande es la fuerza del temblor o terremoto.

Los científicos ahora se encuentran buscando los medios para saber con anticipación cuándo va a suceder un sismo. Hasta hoy se avanzó poco, pero crecen los esfuerzos por conseguir ese propósito.

En un futuro tal vez no lejano, la predicción aproximada de los sismos podría llegar a ser como lo es hoy la de otros fenómenos naturales. Ello hará posible disminuir tragedias y tal vez hasta evitarlas. Así no sucederían tantos daños como los causados por el terremoto de Guatemala de febrero de 1976, que dejó sin viviendas a un millón de personas, o el registrado en Managua en diciembre de 1972, que devastó materialmente a Managua y dejó un saldo de por lo menos 10 mil muertos y pérdidas por 1300 millones de dólares.


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